lunes, 14 de abril de 2008

Mi primer día en la UNI (y II)

Vamos a ver algunos detalles de cómo se pasaba los primeros tiempos de la UNI, y si alguien quiere corregirme algún fallo de memoria, será bien recibido, a ver si entre todos le damos la pintura exacta de lo que era la UNI en los primeros tiempos.

Llegamos después del medio día, estaban todos en clase y no se veía un alma; mi primera impresión fue de soledad, yo tan pueblerino (ya que en Melilla “mi pueblo” fue mi barrio), me sentí enormemente insignificante ante aquello tan enorme, silencioso y vacío. No recuerdo quien nos recibió en el paraninfo, pero nos dividió en grupos y nos mandó a cada uno a su colegio correspondiente.


Me toco el “Góngora”; y me indican el interminable pasillo. Tercer pasillo a la izquierda, me dicen, y me veo con mi maleta en aquel interminable pasillo, ¿me dijeron tercer pasillo a la izquierda? Pues ya van dos, al entrar en el tercero me topo con un fraile, (más tarde supe que se trataba del director Padre Jorge). ¡Dios santo! me dije, esto son dos frailes, uno encima del otro. ¡Ah! pues es uno solo; este se llevó toda la tela para sotanas del convento.

Entre estas reflexiones me pregunta mi nombre, mira en una lista y me acompaña a la habitación. ¿Este hombre no sabe andar? ; solo corre; si mi madre hubiera sospechado esto, me hubiera metido en la maleta una botella de oxígeno para poder seguirlo; me indica una cama, un armario y me dice que espere en el hall, pues el tiene que ocuparse de la salida de las clases; sigo sintiéndome solo e insignificante.

De pronto, creo que fue un timbrazo el que anunció el fin de clases y enseguida empezaron a salir no se de donde tantos alumnos y aquel hall se llenó de gente de mi edad hablando, corriendo, gritando y se terminó la tranquilidad; yo no me despegaba de la puerta del despacho del director junto a las escaleras que suben a los pisos, hasta que el llegó con otro alumno (el encargado del almacén del colegio); me hacen subir al primer piso y allí me dan jabón, cepillo de dientes, un peine, aguja, hilo y botones.

Entonces el Padre Jorge señalándome desde las alturas dice: a este dale una maquinilla de afeitar y cuchillas; aquello fue como cuando me dieron mis primeros pantalones largos; fue impresionante, aquí me tratan como un hombre, pensé, pues nunca me había afeitado; después de haber metido todo en mi armario (importante, tenia que memorizar en qué piso y en qué ala estaba mi habitación), el hermano Fray Pampín, gaditano (por fin un andaluz) me lleva por unos sótanos enormes a otro almacén donde me dan, agárrate bien, un par de zapatos, calcetines, calzoncillos camiseta y camisa, un uniforme para diario con el escudo de la UNI, un pantalón, chaqueta y jerséis para los domingos, una gabardina con el escudo, toalla, un pijama, un chándal completo, con camiseta y pantalón corto para el deporte y como una fresa encima de la tarta, un par de tenis y un albornoz.

¡Dios Santo y la Virgen Maria! ¿Un albornoz? Esta palabra sólo la conocía como apellido de un amigo; hubiera dado media vida porque mi madre me hubiera visto.

Bueno, quizás algún día os cuente las gamberradas que hacíamos, ahora que no pueden castigarme por eso, pero lo haré si me ayudáis los que teneis memoria de la época.
Os dejo mi correo: emerito11@free.fr.
Espero alguna aportación.